viernes, 23 de mayo de 2008

Análisis de la montería de Bermejo

Me encanta este artículo de opinión y puede ser muy esclarecedor de la mentalidad "izquierdosa" (por llamarla de alguna forma, porque "izquierdista" no es) que nos gobierna, es decir, ese "quítate tú pa' ponerme yo" que se nos vende como "justicia distributiva". Pero al final no es sino cambiar unos perros por otros, con el mismo collar o con otro.

Pasa también con el feminismo que predican y practican nuestros próceres: se trata de quitar al hombre de donde esté para poner mujeres en su lugar, sin importar cuán cualificadas estén para el cargo. Hay que meterlas por cuota, con calzador, si hace falta. Otra vez el izquierdoso "quítate tú pa' ponerme yo". Pero de este tema ya hablaré más extenso en otra entrada.

[Los remarcados en negrita y con letras más grandes son míos].

DAVID GISTAU
La montería
[El Mundo, 20 de mayo de 2008]

Ha sido considerada impactante la imagen berlanguiana del ministro Bermejo en una montería. Con su trenca Régimen Anterior a la que sólo faltaba un sombrero con pluma como los que gastaba el Caudillo. Y con la sangría de ciervos abatidos a cuyas cornamentas se agarraba en la pose para completar la estampa orgullosa de un mogambo ibérico. El retrato perfecto de un oligarca disfrutando de un capricho caro y mal visto por la sensibilidad actual, de la que precisamente el Gobierno al que Bermejo pertenece se postula como defensor.

Lo cierto es que a Bermejo, que fue fichado para que Zetapé dispusiera de un Luca Brasi en una legislatura más vocinglera y ahora está fuera de sitio, es frecuente que le pillen en renuncios, como el de la Domus Aurea de su ático. O sea, que es frecuente que los tiros dialécticos le salgan por la culata, y nunca mejor dicho. Como quiera que, además, insultó a los cazadores tachándolos de «señoritos» y «nostálgicos del No-Do», los maledicientes han saludado la fotografía como la captura de un cínico amparado en valores cosméticos que en realidad no aplica, pues tan sólo sirven para impostar la supuesta perfección moral sobre la cual está construido el narcisismo de la izquierda.

Estaríamos entonces ante una coartada estética semejante a aquella de Alfonso Guerra cuando popularizó el término de los descamisaos para fijar una falsa conciencia de clase redentora mientras su propia casta cometía un saqueo nacional e imponía la moda de llevar la marca de los trajes cosida por fuera para que se notara que vestían caro. Un poco como los raperos americanos, que en los videoclips aparecen cargados de oro y despilfarrando champán Cristal porque ansían, como no lo haría un burgués de toda la vida, que se les reconozca que fueron capaces de conquistar la riqueza procediendo de la nada.

La cuestión es hacer notar que se triunfó, que cambiaron las jerarquías, ya sea uno rapero en un jakuzzi o descamisao en una montería. Por eso fue que un verdadero señorito, como Foxá, escribió que los verdaderos estímulos de la lucha de clases eran el rencor y la envidia antes que el afán de justicia: no se trata tanto de abolir La escopeta nacional, el No-Do y todas las ventajas del poder como de apropiarse de ellos en nombre de un derecho histórico que puede resumirse con un «Me toca a mí».

Vaya, lo que le ocurre a Bono cuando, aun no teniendo cargo, reclama en un restaurante de Burgos escolta policial de motoristas para no llegar a los toros como un cualquiera. A eso, al intento de sustituir una elite por otra que se enmascara en un pretexto moral, todavía hay quien lo llama revolución. O, de un modo más alambicado y soso, «políticas igualitarias».

Cuando va quedando demostrado que la igualdad del Régimen de Zetapé es la de los cerdos de la granja de Orwell.

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