Yo me pregunto a veces si en el avanzado Occidente (Europa y EE.UU, principalmente) no habremos iniciado la decadencia, el declive de la civilización, si no estaremos abocados a ideologías totalitarias que “pongan orden” en el caos al que nos dirigimos por culpa de la extensión del relativismo. (Miremos la Historia y aprendamos de otras civilizaciones que nos precedieron y cayeron, creyéndose ellos mismos que durarían para siempre).
Esas ideologías totalitarias no tienen porqué ser de carácter nazi o comunista (aunque pueden serlo), pues no olvidemos que a las puertas tenemos el Islam, una religión con ambiciones de gobernar políticamente el mundo. Sus normas son primitivas, pero a la vez son “normas fuertes”, que ponen orden en medio de una sociedad relativizada, y eso le hace ganar adeptos, que se ven justificados al imponerla a otros aunque sea a través de guerras o de terrorismo.
Una crisis económica aguda como la actual, u otro tipo de hecatombe (cambio climático, epidemias, etc.), podrían abrir las voluntades a una ideología de pocas premisas pero con fuerte impacto en el comportamiento personal (aunque sea de forma fingida), a través de “normas fuertes”, como puede ser cualquier ideología totalitaria. Por ejemplo, la adhesión cerrada al Islam de muchos musulmanes admira a muchos y convence a otros tantos a abrazar dicha doctrina. (Por otro lado, la llegada indiscriminada de musulmanes a Europa está haciendo renacer movimientos neo-nazis que también se apoyan en unos pocos postulados y en unas pocas “normas fuertes”, en contraposición a las “normas débiles” que se cuelan en la legislación de Europa. Y estos movimientos también están creciendo).
Volviendo al principio, mencioné la palabra “decadencia”. Para mí, la decadencia comienza con el relativismo moral; de éste, se pasa a la relajación de las costumbres y, de esta relajación, a un egoísmo socialmente aceptado: cada uno mira ya sólo por su bienestar. Esto conduce a personas insolidarias y, en último extremo, a aceptar ampliamente y legalizar conductas como el aborto, la eutanasia y la eugenesia. De aquí, a delatar al vecino (que cuestiona la doctrina oficial), sólo hay un paso. Y la delación es el oxígeno del totalitarismo. Si una sociedad aguantara mayoritariamente la presión mafiosa o para-policial (a veces tortura) y no delatara a nadie, el totalitarismo no tendría nada que hacer allí.
Pero en una sociedad de egoístas, todos quieren salvar el culo, y cualquier acto está justificado para ello: si una madre puede matar al hijo de su vientre para librarse de un embarazo, cualquier otro acto estará más que justificado, y los demás seguirán el mismo camino, cada uno según su necesidad para salvar su vida, aunque sea acusando falsamente al vecino, al amigo, al jefe, a la esposa. Es el caldo de cultivo de cualquier doctrina totalitaria. (Estos comportamientos de delación han sido frecuentes en las guerras balcánicas, hace pocos años, en el corazón de Europa. Así que no estamos tan lejos de ellos).
Si, debido a ese egoísmo, no hay una sociedad civil fuerte que proteja la vida humana incluso con heroismo, cualquier ideología totalitaria tiene el campo abierto para implantarse, a través de las urnas en un primer estadio, y acorralando, encarcelando y eliminando a los adversarios en momentos posteriores.
Y hoy día, nuestras leyes y nuestra Europa no están protegiendo la vida humana, y mucho menos con heroísmo.
Una sociedad de egoístas no tiene recursos morales para hacer frente a cualquier poder que se le imponga por las armas. Eso es lo que, en mi opinión, ocurrió en la Alemania pre-nazi. La 1ª Guerra Mundial arrancó muchas convicciones morales que podrían haber servido de freno al nacionalsocialismo. Y puede volver a pasar en algún momento y lugar del Occidente democrático. Sólo falta la chispa.
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