jueves, 21 de agosto de 2008

Accidente aéreo en Barajas


Hoy (por ayer, miércoles, 20 de agosto) han muerto 150 personas (las cifras exactas aún no se saben y hay un baile de números que ronda esta cifra) en un accidente de Spanair, en la terminal T4 de Barajas.

Enseguida han interrumpido sus vacaciones Rodríguez (Zapatero), Fernández (de la Vega), Fernández (Bermejo), Pérez (Rubalcaba), Álvarez (Magdalena), Ruiz (Gallardón), el Rey y hasta Rajoy... Todos querían y quieren hacerse la foto y chupar cámara en el aeropuerto para que nadie les criticase por insensibles, después de toda la leña que se ha hecho de árboles caídos como el Prestige, el Yak-42, el 11-M y otros casos.

Yo tampoco quiero que se me tome por insensible. Lamento profundamente el accidente y me estremezco al pensar en las familias de las víctimas. Nadie quiere que le pase eso ni a su familia ni a sus parientes, amigos o conocidos, ni a los más lejanos. Pero esas tragedias pasan y parece sólo cuestión de tiempo el que vuelvan a pasar. Parece que el Destino, disfrazado de Tragedia, exigiera, como los antiguos dioses paganos, su tributo de sangre para que los humanos podamos seguir trasladándonos más allá de lo que imaginaron los propios dioses, mientras devoramos ávidamente los recursos del planeta.

En esta lotería de vida o muerte todos tenemos papeletas y hay que asumir que a cualquiera nos puede tocar (no hablo sólo de aviones, sino de desgracias cotidianas: una teja sobre la cabeza, un terremoto, una explosión de gas...).

Pero no olvidemos que en las carreteras caen muchos más españolitos (y extranjeros) que en esos raros aunque escandalosos accidentes aéreos. Leo, por ejemplo, en la revista «Tráfico», que durante el verano de 2007 murieron 540 personas en las carreteras. Esa cifra nos da un poco idea de la magnitud de la tragedia que ocurre en las carreteras cada día. En ese goteo de muertos, que ya damos por descontado, no sabemos dónde están los políticos. Como "sólo" hay un muerto o dos, no merece la pena desplazarse para ver a sus familias, para reconocer el terreno, para informarse de primera mano y ver cómo evitarlo en el futuro... Y eso que hay políticos de sobra para cubrir todos los accidentes de España. Pero no, ahí no hay foto.

Todos sabemos teóricamente que el transporte aéreo es el medio más seguro para viajar. Sin embargo, le tenemos mucho más pánico que a viajar por carretera, aunque las cifras son tozudas. ¿Por qué tenemos esa percepción equivocada de más seguridad en la carretera que en el avión?

Voy a jugar un poco a ser psicólogo o sociólogo.

Yo creo que, en primer lugar, el avión nos parece -al común de los mortales- tan misterioso como las brujas que volasen sobre una escoba. ¿Porqué un monstruo de tantas toneladas es capaz de levantarse del suelo y viajar a velocidades y distancias tan increíbles? Esto nos anonada y a la vez nos aterra.

Segunda cosa: en la barriga de ese ave descomunal vamos a viajar nosotros. Vamos de pasajeros, como los pollitos que llevan en una jaula: no saben si van al matadero o seguirán criándose en su destino. Es decir, nos da la sensación de que estamos a merced del Sino (o de la Providencia, que diría un creyente). No tenemos un freno de pie y otro de mano, como en nuestro auto, para detener el curso de los acontecimientos. No tenemos un volante para esquivar la desgracia. Esa sensación de no depender de nosotros mismos nos hace sentirnos vulnerables y acrecienta el secreto temor con el que nos montamos en el avión (el que se monte). En realidad, no es el avión un monstruo tan poderoso, sino que es realmente frágil. El problema es que sí vamos nosotros dentro de un vehículo tan vulnerable. Esta percepción es bastante correcta.

Tercero: por razones obvias, en los viajes en avión todo es muy impersonal. Desde que compramos el billete hasta que salimos del aeropuerto de llegada, parece que estamos tratando casi con robots (a excepción, según me dicen, de unas pocas azafatas que cumplen bien su trabajo). Y se nos mira el equipaje como a presuntos delincuentes o terroristas. En los aeropuertos todo es muy espacioso pero a la vez frío (no hablo de temperatura, lógicamente). Los vuelos se anuncian en paneles automáticos. Los operarios de información siempre están demasiado ocupados como para escucharnos...

Cuarto factor es el hecho de que viajamos "por el aire". La idea de que el avión se parta por la mitad y nos veamos abocados al vacío a varios kilómetros de altura nos produce pesadillas.

Quinto, pero no menos importante, es la relevancia mediática que se da a cualquier incidente -y no digamos accidente- en el que se vea implicado un avión. Los periodistas, que generalmente viajan lo suyo, saben por experiencia propia de los ocultos e irracionales temores que a todos nos infunde el montar en avión. Y por eso dan una gran difusión a a cualquier caso, no digamos ya si ha habido muertes, y muertes en abundancia. Eso hace que nos sobrecoja más la noticia: podríamos haber sido nosotros los desafortunados, aunque esta vez les ha tocado a otros. Los accidentes aéreos son muy dados a acumular muchas víctimas en un sólo caso y esto los hace especialmente sobrecogedores y, a la vez, muy atractivos para los medios de comunicación.

Sin ser exhaustivo, creo que he descrito las causas principales de que cualquier accidente aéreo tenga tanto seguimiento en los medios, sin por ello pretender despreciar ni dejar de lamentar ninguno. Pero los políticos, como los periodistas, saben de la rentabilidad de estos sucesos. Y van corriendo para que se les vea, para que parezca que hacen algo, para ganar votos o por lo menos no perderlos.

Espero que no nos dejemos engañar por tan burdas maniobras.

Por cierto, lo de "la terminal T4", que tantas ilusiones despertó en su momento, está empezando a parecer un nombre de mal augurio: después del atentado de ETA, esto. ¿Será porque la palabra "terminal" tiene un doble sentido?

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