(Extractos de un artículo on-line basado a su vez en otro de la revista Misión, diciembre de 2010)
A través de prácticas orientales, mezcladas con la parapsicología y
el ocultismo –entre otras creencias y técnicas– la Nueva Era nos promete
lograr un mundo sin distinción entre las religiones, donde se vive en
armonía con la Madre Tierra y cada ser humano disfruta de una salud
holística. ¿Esta cosmovisión podría llegarse a materializar? ¿Qué hay
más allá de todas estas promesas?
Por Isabel Molina E. y Ángeles Conde
¿Te suena familiar alguna de estas frases?: “Haz lo que te dicte tu
corazón”, “voy a enviarte energía positiva”, “crea tu propia realidad
con el pensamiento”, “reinvéntate cuantas veces quieras”, “alcanza la
sabiduría interior”, “desarrolla tu potencial”, “aprovecha la energía
sanadora del universo”, “visualiza cualquier cosa que desees conseguir”…
¿Sabes qué tienen en común? Estas expresiones, cada vez más frecuentes
en el lenguaje cotidiano, se presentan como la panacea para lograr paz,
amor, salud, prosperidad y felicidad. En estos tiempos de crisis
económica, ¿quién no se aprovecharía de semejante oferta para mejorar su
situación? Pero, ¿realmente nos llevan a ese camino de bienestar que
prometen?
Visualizar una meta al trazarse un proyecto es algo normal en el
proceso de planificación. Querer cambiar algún aspecto de nuestra vida que
no marcha bien es lógico y razonable. Hacer lo que está en nuestras
manos para solucionar un problema o curar una enfermedad es propio del
ser humano… Sin embargo, detrás del modo en que están formuladas estas
frases hay toda una filosofía que promete un “magnetismo” o capacidad
para atraer a nuestra vida todo aquello que visualizamos, y presenta el
universo como si fuera un dios con el que tenemos que trabajar al
unísono para que se hagan realidad nuestros anhelos.
Es la cosmovisión de la Nueva Era, un movimiento ecléctico que toma
creencias y prácticas prestadas de gran cantidad de fuentes: ideas y
tradiciones de Asia, las religiones paganas y el antiguo gnosticismo;
creencias del budismo, el hinduismo, el zen, y las religiones indígenas
de América; técnicas de la parapsicología, la salud holística y el
ocultismo; investigaciones científicas como las teorías de Darwin y la
física cuántica, entre otras.
Este movimiento se ha ido extendiendo entre nosotros a la velocidad
del fuego. Basta mirar alrededor para encontrarnos con la proliferación
de clases de yoga, prácticas adivinatorias, terapias alternativas,
sanación por medio de la energía universal, meditación trascendental y
oración centrante, cursos de desarrollo del potencial humano y
centenares de libros de autoayuda. Todo ello con un envoltorio
sofisticado y un lenguaje seductor que conquista al hombre de hoy.
Lo curioso es que, tal como indica Stratford Caldecott, director del Centro de Fe y Cultura de la Escuela de Artes Liberales Tomás Moro en Oxford, “los únicos elementos nuevos de la Nueva Era proceden del toque moderno que se le da a estas ideas”.
Sus orígenes son tan remotos como los movimientos teosóficos y
espiritualistas del siglo XIX y comienzos del XX, pero también hay que
irse a las antiguas herejías gnósticas que se extendieron en los
primeros días del cristianismo e, incluso, varios siglos antes de
Cristo.
Son creencias y filosofías antiguas, adaptadas al hombre actual, y
cada uno tiene la posibilidad de construirse una espiritualidad a su
medida según el momento que atraviesa en su vida. De ahí que la
expansión del relativismo haya sido clave para su propagación. El
documento vaticano Jesucristo portador del agua de la vida
(2003), editado para dar una respuesta cristiana a la Nueva Era, explica
que el grado de acogida que ha alcanzado este movimiento se debe a que “la
cosmovisión en que se basa ya estaba ampliamente aceptada. El terreno
estaba bien preparado por el crecimiento y la difusión del relativismo,
junto con una antipatía o indiferencia hacia la fe cristiana”.
Es más, uno de los objetivos principales de la Nueva Era es
desprestigiar a la Iglesia católica, encargada de salvaguardar las
verdades de la fe. Libros como El código Da Vinci y películas como La brújula dorada (2009) –basados en parte en la filosofía de la Nueva Era–, dan testimonio de ello. Luis Santamaría, miembro de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), comenta que “las
distintas corrientes de la Nueva Era propugnan, anuncian y defienden la
Era de Acuario, una época nueva en la que se dará el paso de la
religión (mala) a la espiritualidad (buena), dejando de lado todo lo
institucional”.
Pero además, este movimiento se propone instaurar esa nueva
espiritualidad. La propuesta se basa en una religión sin exigencias
dogmáticas, morales o institucionales, que aboga por la fusión entre las
religiones. De ahí que sus seguidores prefieran distanciarse de la
palabra “religión” y hablan de una “espiritualidad”, “un término más difuso en el que están más cómodos”, puntualiza Santamaría.
(Continua aquí)
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