domingo, 22 de mayo de 2016

En recuerdo a Feynman

Querido Feynman,

tu padre quiso que fueras científico y tú seguiste ese camino encantado. Descubriste que había un placer en el descubrir los secretos de la Naturaleza.

Creo que todos los niños son científicos: quieren saber cómo funciona el mundo, porqué las cosas ocurren de una manera y no de otra.

También quieren saber cómo piensan y por qué actúan como actúan los adultos. Pero eso es otra historia.

Cuando yo era niño, en mi cabeza construía teorías sobre las cosas que veía. Intentaba encontrar relaciones del tipo: cuando pasa esto, sucede lo otro como consecuencia. E intentaba entender qué era lo que relacionaba ambos hechos.

Yo quise ser científico, amigo Richard, pero en casa no encontré el apoyo, mucho menos entusiasmo, que necesitaba.

No culpo a mis padres, por supuesto. Ellos me dieron lo mejor que me pudieron dar. Gente del campo emigrados a la ciudad. Querían que sus hijos volaran, aunque no necesariamente sobre las alas del Fénix.

Mi padre quería que estudiara, sí, pero para tener un buen trabajo. Mejor si era de funcionario, algo seguro.

Mi madre, una sencilla ama de casa, me enseño los rudimentos de las matemáticas. Entre otras muchas cosas, también me enseñó a rezar.

Ahora recuerdo con cariño el tiempo que ella pasaba conmigo revisando la tarea, corrigiendo las cuentas, preguntándome la lección...

De muy niño e gustaban las clases de ciencias aunque, ya más mayor, juraría que los profesores se esforzaban en hacerlas odiosas. Recuerdo cómo un día volví a casa entusiasmado y explicaba a mis padres lo que nos había enseñado ese día el profesor sobre los rinocerontes, las jirafas, los leones... Ellos me escucharon atentos y parecieron sorprenderse de algunas cosas que yo les contaba.

Yo quería saber cómo era el mundo: porqué el viento se movía como si fuera un ser vivo, cómo se producía la luz de una bombilla, qué pasaba cuando se mezclaban dos sustancias de las que tenía mi madre para limpiar la casa...

Gracias, Feynmann, porque al leer ahora alguna de tus obras de divulgación, o al verte en videos en internet, me siento reflejado en ti. Por supuesto, salvando las distancias. Pero veo en ti el niño curioso que todos un día tuvimos dentro y que tú no dejaste morir. A mi me pasa algo parecido. Todo me atrae, todo me interesa, aunque no hay horas en el día para llegar al fondo de los asuntos. Y eso que internet puede ser una gran ayuda.

Gracias, Feynmann, por haber dejado vivir a ese niño curioso dentro de ti, y por haber hecho de él un gran científico que empuja un poco más hacia afuera los límites de lo desconocido.

Un abrazo para ti, allí donde estés.


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