jueves, 11 de diciembre de 2014

No hay civilización sin esclavos

Hoy hemos asistido al cine mi señora y yo. La película, "Exodus" de Ridley Scott.

Es una nueva versión de la salida del pueblo hebreo de Egipto, autorizados primero y perseguidos después por el faraón.

Lo que quería comentar hoy es algo que vengo pensando hace tiempo y sobre lo que ya escribí en algún sitio: todas las civilizaciones de las que tenemos noticia se han basado en el trabajo de esclavos. Es decir, para que una parte de la sociedad viviera desahogadamente, e incluso erigiera monumentos que perduraron en el tiempo, otra parte importante tenía que llevar una vida de casi animales: sus derechos no eran muchos más de los que tenían los animales de carga e incluso a veces eran menos.

En esto se basó la democracia griega de la Antigüedad, que tanto se nos ha puesto de modelo: para que unos ciudadanos pudieran reunirse, discutir y votar los asuntos públicos, una gran mayoría de seres humanos, que vivían con ellos, tenían que llevar toda la carga de mantener la economía en marcha: los esclavos.

En la Grecia clásica los esclavos provenían principalmente de prisioneros de guerra, aunque también se podían comprar a mercaderes que los traían de otras tierras, donde habían sido sometidos a esclavitud por algún soberano invasor, como castigo por alguna revuelta, como prisioneros de guerras, etc.

En la película mencionada al principio los esclavos son los hebreos, sometidos, según la Biblia, cuatrocientos años al poder de los egipcios. Aquí no se sabe cómo llegaron a ser esclavos, porque supuestamente eran descendientes de José y su familia, aquél que llegó a ser la mano derecha del faraón por su capacidad para predecir el futuro interpretando sueños. La Biblia no lo explica y mi interpretación es que en algún momento cayeron en desgracia por la razón que fuera y los egipcios aprovecharon para subyugarlos.

La lección importante de aquí es que Egipto fue una gran civilización y dejó obras impresionantes que aún perduran por su magnificencia, aunque también por la sequedad del desierto que impide que muchas cosas se pudran y se descompongan. Pero nadie me quita de la cabeza que esas grandiosas construcciones fueron fruto del trabajo de cientos de millares, quizá millones, de esclavos trabajando bajo la batuta de los egipcios.

No siempre fueron los hebreos los esclavos. Si hacemos caso a la Biblia, su yugo duró cuatrocientos años, hasta la aparición de Moisés. Pero el imperio egipcio, en sus diferentes dinastías, duró varios miles de años. Así que tuvieron que proveerse de esclavos de otras fuentes, supongo que a través de guerras y escaramuzas en los territorios adyacentes. Y quizá también a través del comercio.

Como siempre suelo hacer, todo lo expuesto es una introducción a la idea principal de este texto. Y esaidea es que hoy, como ayer, si gozamos de un  importante bienestar en lo que yo llamo por pereza Occidente (Europa, USA, Canadá, Australia e incluso podríamos meter a Japón, por su riqueza) es gracias a que existen numerosos esclavos que trabajan para nosotros. No están en nuestros países, es verdad. Nuestras leyes prohíben la esclavitud. Pero su esclavitud nos sirve a través de un arma poderosa que hemos cuidado de desarrollar: el comercio. Los tratados comerciales y el abaratamiento de los transportes ponen en nuestra puerta productos altamente tecnológicos o de alto valor añadido a precios irrisorios: si los fabricásemos en nuestros países desarrollados, esos productos valdrían fácilmente cinco o diez vez su precio actual.

Los actuales proveedores de esclavitud son muchos. Pongo en primer lugar a China, que se ha convertido en la fábrica del mundo. Pero después hay una miríada de ellos, casi todos países "en desarrollo", donde sus habitantes trabajan por salarios de subsistencia, sin condiciones laborales dignas (derecho al descanso, horas de trabajo no excesivas, ergonomía, derecho de huelga, vacaciones...), sin medidas de seguridad y sin protección social (desempleo, bajas, jubilación, etc.). Así los productos son tan baratos y ya no nos extrañamos de ello.

De vez en cuando nos llama a la conciencia nuestro Pepito Grillo particular cuando vemos noticias de que se ha descubierto que grandes marcas de zapatillas deportivas, o de otros tipos, tienen a niños esclavos trabajando para ellos en la India, Pakistán, Tailandia, etc. Pero, ¿de verdad alguien se extraña? Miramos para otro lado y seguimos pensando que somos los mejores porque tenemos una democracia y nos dejan votar cada cuatro años.

No nos engañemos más: podemos seguir comprando esos productos baratos, pero sin perder de vista que detrás de ellos hay seres humanos como nosotros que han tenido, simplemente, la desgracia de nacer allí y no aquí.

Deberíamos luchar por un mundo donde todos podamos aspirar a tener un trabajo digno, con unas leyes que protejan a los trabajadores, que para eso somos mayoría y queremos ser la fuente de soberanía y de legitimidad de todos los gobiernos y de todas las leyes que hagan estos. Muchos artículos que ahora compramos y cambiamos caprichosamente (como, por ejemplo, el móvil) serían mucho más caros en un mundo igualitario, pero a cambio podríamos esperar que todo el mundo tendría trabajo, seguridad social, protección por desempleo o por bajas, jubilación... Deberíamos obtener a cambio gente más preocupada por conocer su entorno, por proteger sus ecosistemas, por no esquilmar los recursos que les dan de vivir (fauna, flora, aire, agua, minerales...). Podría haber ricos, pero no excesivamente ricos. Nadie debería pasar necesidad salvo aquellos que no quisieran trabajar. Todos deberíamos esperar una retribución razonable y proporcional por nuestro trabajo y nuestra responsabilidad en la sociedad. No es lo mismo ser médico que barrendero. Por tanto, no es comunismo lo que propongo. Cuba es un buen ejemplo de lo que no quiero. Hay que evitar las grandes diferencias sociales y salariales, pero no al precio de desincentivar la iniciativa privada, el esfuerzo personal, el talento intelectual...

Quizá, como ventaja añadida, en un mundo sin esclavos también habría menos guerras. Al tener todos los seres humanos un estatus similar como ciudadanos del mundo, todas nuestras voces deberían oírse, en contra de esas pocas voces que se oyen cuando esos pocos deciden iniciar conflictos armados que, entonces sí, involucran a cientos de miles de personas. Ningún pueblo debería agredir a otro por razones de sentirse superior o mejor (mucho menos por razones de religión, pero eso es otro cantar).

Esos ciudadanos libres con los que sueño serían capaces de boicotear las fábricas de armas. Siempre habría otros trabajos a realizar: nadie debería trabajar en una fábrica de armas porque le pagan bien o porque no encuentra otra cosa.

Entonces, igual sí, tendría sentido hablar de "alianza de civilizaciones".


Otro día sigo exponiendo cómo sería, a mi modo de ver, ese mundo sin esclavos. Por hoy, ya es bastante.

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