lunes, 15 de marzo de 2010

Comentario a un artículo de Juan José Laborda

Primero, transcribo el comentario de J.J.Laborda (ex-presidente del Senado actualmente retirado de la política, aunque ya se sabe que el que tuvo retuvo) publicado en Diario de Burgos de 14 de marzo de 2010. Más abajo va mi comentario a este artículo.
¿Reformar la Constitución para que los parlamentarios trabajen más?

Juan José Laborda

El presidente del Congreso, José Bono, ha planteado reformar la Constitución para ampliar el periodo de trabajo de las Cámaras parlamentarias. El artículo 73 de la Norma constitucional dispone que los meses de enero, junio y julio, salvo que se decida lo contrario, son meses inhábiles. Es decir, sin actividad oficial, y a los efectos prácticos, el Congreso y el Senado no legislan, ni el Gobierno está obligado a responder en ambas Cámaras y a los parlamentarios individualmente, de acuerdo con los plazos que rigen durante los nueve meses hábiles.
Compartiendo las preocupaciones del presidente Bono sobre la necesidad de prestigiar el trabajo de nuestros parlamentarios nacionales, sin embargo, no soy partidario, por razones de forma, y también de fondo, de modificar la Constitución en ese artículo concreto. Me parece que los constituyentes, una vez más, acertaron con la redacción del artículo 73.
El trabajo de los parlamentarios no es un trabajo como los demás. No se debería valorar como si fuese la actividad laboral de un profesional de la agricultura, de la industria o de los servicios. No tiene nada que ver, aunque los parlamentarios cobren un salario por lo que hacen, y desde luego, deben procurar hacerlo bien, con dedicación, y aunque esto hoy no se valora positivamente, con profesionalidad.
Es una actividad voluntaria. No está sujeta a horarios y sus derechos y obligaciones tampoco se pueden entender como los de cualquier persona que trabaja en las sociedades actuales. De su trabajo, en última instancia, responde el parlamentario ante sus electores, y en un nivel anterior, ante la Cámara a la que pertenece, y ante su presidente, de acuerdo con lo que establece su reglamento.
Yo tuve que estudiar el caso de los tres senadores de HB que no acudían (premeditadamente) a trabajar a la Cámara. Sus electores estaban de acuerdo con esa inasistencia, y también estaban de acuerdo con que cobrasen sus sueldos. No voy a relatar las sutilezas jurídicas que tuvimos que aplicar para privarles legalmente de sus remuneraciones parlamentarias. Y las extremas garantías que nuestros parlamentarios disponen son las mismas que existen en todos los parlamentos democráticos. Es un trabajo que se justifica en algo tan importante y profundo como es la «soberanía nacional». Y es populismo exigir a esos representantes elegidos que trabajen «como una persona corriente». Eso se predica para los «parlamentarios» que aplauden todos a la vez, se visten iguales o parecidos, opinan de igual o parecido modo. El caso típico -y no es el peor- sigue siendo el de los diputados de la República Popular China. ¡Miles escuchando, aplaudiendo y votando con un orden ejemplar! Representar al pueblo soberano supone cosas distintas.
Dicho lo anterior, la propuesta de suprimir los periodos inhábiles de las Cortes Generales, primero, no parece que sea necesaria. El artículo 73 establece cómo y quién puede solicitar una sesión extraordinaria para trabajar durante los meses de inactividad. El Gobierno tiene esa capacidad. Y es lógico. También lo es que pueda tener unos meses sin las obligaciones de estar sometido al control parlamentario y a las sesiones en las que se legislan asuntos que afectan a los ministros. Los gobiernos parlamentarios dedican mucho tiempo a las Cámaras. Necesitan otro tiempo para pensar en soledad sobre las tareas de gobierno.
Segundo, los parlamentarios no se van de «vacaciones» durante tres meses. Y si se van, sus electores deberían saberlo para juzgarlo. Un diputado o un senador (incluyo, por supuesto, a las senadoras y a las diputadas) representa a los electores provinciales (Hay senadores que representan a la Comunidad Autónoma). Es verdad que hay gestiones, características de un asistente social, que no son tareas propias de un legislador. No obstante, se asume que las hagan. Pero ese contacto con los electores es precioso. Se toma el pulso de una sociedad. Se comprenden los problemas, las aspiraciones, las críticas, las opiniones, etcétera. Siempre he creído que esa relación -muchas veces agotadora- establece el compromiso esencial del representante con el pueblo. Por eso me sigue sorprendiendo que algunos ministros, cuando dejan de serlo, renuncien a su condición de parlamentarios electos. ¿No había un compromiso previo de representar a la Provincia cuando pidieron los votos a sus electores?
Luego está la preparación del trabajo parlamentario. ¿O es que ustedes piensan que la actividad parlamentaria es sólo pronunciar discursos? Les contaré un recuerdo que resume lo que quiero explicar. Julio de 1979. Vacaciones parlamentarias. El proyecto de ley del Tribunal Constitucional había entrado en el Senado. Estaba en stand by, sin que corriesen los plazos. Yo era un portavoz novato, que además, en aquel momento, no tenía jefes. Unos meses antes, Felipe González había dimitido como secretario general del PSOE, y con él, todo su equipo político y parlamentario. Los dos ponentes socialistas, Plácido Fernández Viagas y yo mismo, nos enfrentamos con un proyecto que nuestros compañeros habían rechazado en el Congreso. Plácido y yo, sin nadie a quien preguntar (lo hicimos, pero nadie quería asumir responsabilidades en aquella situación), escribimos las enmiendas, y empezamos a hablar, informalmente, con los tres ponentes de la UCD: Carlos Calatayud, Antonio Pérez Crespo y Manuel Villar Arregui. Sería muy largo explicar cómo fuimos capaces, en aquel septiembre, de ponernos de acuerdo en el Senado. Logramos el consenso con la primera -e importantísima- ley orgánica. Gracias a esos dos meses inhábiles tuvimos la oportunidad de hablar, hablar, hablar; perdiendo el tiempo en hablar, hablar, hablar... Con la formalidad de la tramitación, cada cual representando su papel ante los periodistas, ¿hubiésemos llegado al acuerdo? ¡Es un trabajo extraño el de los parlamentarios! ¡Por eso es un trabajo muy difícil! Es vocacional. Aceptar la personalidad individual del parlamentario es respetar el pluralismo ideológico. No creo que se necesiten nuevas obligaciones de trabajo. Lo que parece necesario es que se abran oportunidades para el trabajo creativo de los representantes que elegimos.


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COMENTARIO

El artículo de J.J. Laborda (publicado en DB 14/3/10) sobre el trabajo parlamentario parece proceder de la desesperación de una clase política, especialmente la gobernante, que no consigue convencer al pueblo de la bondad de su acción, a pesar de dominar todos los medios públicos y muchos no públicos de comunicación de masas. Hace falta que un ex-senador y ex-presidente del Senado como Laborda baje a la arena mediática para loar el maravilloso trabajo de la "casta", o sea, los políticos.

Y nos habla de lo especial que es ese trabajo. Le sale la vena política y se le llena la boca con palabras grandilocuentes: representatividad, soberanía nacional... Se cree que nos seguimos chupando el dedo.

La realidad es que el sistema de partidos favorece el ascenso de la mediocridad. La mayoría de los representantes se dedica a apretar el botón que les dicta su Partido. El ejemplo chino que menciona Laborda viene al pelo. Todos votan lo que les dicta el Partido como un sólo hombre. Sólo que en China hay un único Partido y aquí hay varios. Pero el comportamiento es el mismo. Ni siquiera Bono se ha atrevido a votar en contra de la Ley del Aborto. Una vez abiertas las urnas, los candidatos elegidos se transmutan en marionetas del Partido (el que sea), y el Partido lo dirigen cuatro cabecillas.Ya no hay representantes provinciales ni autonómicos. Esos cuatro cabecillas marcan las directrices y los demás son figurantes. Los partidos son monolíticos. No hay discrepancias importantes ni siquiera en temas tan controvertidos como el aborto. Parece increíble. Y quieren presumir de representar la pluralidad social.

Para solucionarlo, seguramente habría que cambiar mucho más que el artículo 73 de la Constitución. No son sólo los 3 meses de vacaciones lo que nos preocupa. Son más preocupantes los 9 meses restantes de dar la espalda a los votantes, de hacer leyes injustas, de mercadeo de voluntades políticas para aprobarlas, de venderse traicionando principios ideológicos, de falsear programas electorales, de elevar el insulto y la mentira a categoría de discurso, de trapichear con la unidad de la nación, de dividir a los españoles, de ningunear las manifestaciones multitudinarias, de ignorar un millón de firmas contra el aborto... y muchas otras cosas que me dejo en el tintero.

¿Y qué responsabilidad ostentan? ¿Cómo pagan los fracasos de su gestión? Lo más que puede pasarles es tener que dimitir o ser cesados, cosas que -por otro lado- apenas se estilan entre ustedes. Aparte de eso, nada. El que lo hace mal encima se suele quedar pero, si se marcha, se va silbando como si no hubiera roto un plato. Nadie les va a juzgar por unas leyes injustas, absurdas o inútiles.

Por no hablar de los privilegios que tienen sus señorías, durante y después de su paso por la cámara: sueldos y comisiones, pensiones vitalicias, indemnizaciones millonarias por moverse de un puesto a otro, sueldos públicos siempre compatibles, a menudo exentos de declaración tributaria, etc... Señor Laborda, nos insulta cuando considera que no nos damos cuenta de la clase política que tenemos.

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