lunes, 23 de agosto de 2010

Artículo interesante sobre la pérdida de valores de la izquierda

Interesante artículo el que firma José María de Carrascal en el ABC del 19 de agosto pasado. Lo copio a continuación:



Día 19/08/2010
Una de las mayores ironías de la crisis que nos azota es que siendo la derecha la causante de ella, quien más la sufre es la izquierda. Es más, quienes están triunfando en las elecciones son los conservadores. ¿Ustedes lo entienden?
Que este crash, como el de 1929, fue causado por los excesos capitalistas —«una indigestión de mercado», he oído definirlo compasivamente—, no cabe la menor duda. Como que ha puesto en peligro la economía global, que aún no ha logrado recuperarse. Sin embargo, los gobiernos acudieron en ayuda de los causantes del desaguisado —las instituciones financieras— no por simpatía hacia ellas, sino por saber que pertenecen a quienes tienen allí depositado su dinero, no a sus directivos, aunque algunos actúan como si les perteneciesen. Los ahorros de cientos de millones de personas podían evaporarse con los fondos basura, creando un tsunami financiero de proporciones globales. No quedaba, por tanto, más remedio que acudir en su ayuda. Aunque había también que imponer normas más estrictas a dichas instituciones, cosa que todavía no se ha hecho. Es una de las causas de que la recuperación se retrase.
La principal causa, sin embargo, es que, como con los ratones y el gato, todos están de acuerdo en que hay que poner un cascabel a la crisis, pero el durísimo ajuste que ello significa se atraganta a la mayoría de los gobiernos, sobre todo a los de izquierdas, comprometidos con «lo social» y especialistas en gastar, no en crear riqueza. La debilidad de la izquierda ha sido siempre la economía, donde ha triunfado más en la teoría que en la práctica. Desde Marx, la economía de izquierdas ha significado la «nacionalización de los medios de producción». Pero todos los ensayos en ese terreno han sido un desastre. El comunismo no ha logrado ni siquiera alimentar bien a sus súbditos. Su utopismo —la creación de un paraíso en la tierra en el que cada cual recibiese según sus necesidades— ha desembocado siempre en campos de concentración. Es lo que obligó a la «nueva izquierda», la socialdemocracia, a adoptar buena parte de las normas capitalistas, ante la incapacidad manifiesta del Estado de regular los flujos económicos. De ahí que nadie hable ya de «nacionalizaciones». De lo que se habla es de «privatizaciones», incluso en ramos que tradicionalmente pertenecen al Estado: la energía, los transportes, incluso las cárceles y la educación. Ha sido una rendición en toda la regla. La «Tercera vía» de Blair no era más que un capitalismo suavizado y vigilado de lejos. Mientras Zapatero ni siquiera hizo eso: dejó que la economía neoliberal siguiese con todos sus excesos, los del ladrillo especialmente, mientras él se dedicaba a cambiar el «alma» de España, ya fuera en su articulación territorial, su memoria histórica o la laicización de su sociedad. La consecuencia fue que no vio la crisis hasta que empezó a mordernos el trasero, e incluso entonces, aplicó las medidas falsas, hasta que le llamaron la atención nuestros socios, pues estaba poniendo en peligro a todos.
Nada de extraño que la derecha esté mucho mejor preparada para la crisis que la izquierda. El capitalismo no intenta crear una sociedad perfecta, un paraíso en la tierra, como el socialismo. Se limita a dar rienda suelta a las ambiciones personales de alcanzar más de lo que se tiene y a facilitar el apetito de ascensión social de los individuos, que el socialismo, en su afán igualitario, coarta. Unidas todas esas ambiciones y apetitos individuales, se traducen en progreso del conjunto. Desigual, desde luego, pero progreso. Es algo que palpa la ciudadanía de los países desarrollados, que ante una crisis se fía más de los conservadores que de los «progresistas». De ahí que vote a la derecha incluso en los casos en que haya sido la causante del desaguisado, como el que vivimos.
Lo admite ya también la izquierda, aunque siempre quedará una minoría fanática aferrada a sus dogmas indemostrables, mientras a la mayoría de ella, cedido el terreno económico a la derecha, le quedan sólo por cambiar los usos y costumbres, las normas sociales, los modelos tradicionales de vida: el divorcio, la homosexualidad, las drogas, el aborto. Pero eso era algo que la sociedad burguesa iba ya cambiando, sin necesidad de revolución ni de alardes, lo que obliga a la izquierda a ir cada vez más lejos en su nuevo cometido. Estamos ante la desesperación del que no tiene ya nada que ofrecer, tras haber cedido la principal plaza al enemigo, y predica incluso disparates, como ocurrió en Alemania, donde llegó a considerar la pederastia una «educación sexual», hasta que la propia sociedad le dio el alto.
La presente crisis, sin embargo, nos ha llevado a una situación extrema: la izquierda carece de recetas para ella, pero las de la derecha tampoco sirven, como comprobamos tras dos años de forcejeo. La razón es que no estamos ante una crisis corriente, de las que se sale con el recorrido habitual: recesión, digestión y recuperación automática. En esta crisis, la recesión está deviniendo en depresión, de la que puede haber recuperación o no. De momento, sólo hay «brotes verdes» en aquellos países sometidos a un severo plan de ajuste. El resto sigue empantanado. Y es que esta crisis no es sólo económica, es principalmente social. No podemos seguir, al menos en el llamado mundo desarrollado, como hasta ahora, consumiendo a destajo, ganando más, trabajando menos, dejando las labores sucias a los que llegan del subdesarrollado, pues por ese camino pronto seremos él. El paraíso no existe en el socialismo ni en el capitalismo. Necesitamos regular no sólo nuestro sistema financiero, sino también nuestra forma de vida. Hay que adoptar nuevas normas laborales, nuevo cómputo de pensiones, nuevas relaciones individuales y colectivas, por la sencilla razón de que todo eso ha cambiado en las últimas décadas, sin que nos sirva ya nada de lo anterior.
El mayor escollo está en las dos corrientes contrapuestas en marcha: por un lado, la tendencia hacia la individualización. Por el otro, la marcha inexorable hacia la globalización. El individuo reclama cada vez más, en un mundo que se homogeneiza y no admite privilegios. Las reclamaciones individuales, o de pequeños grupos, en busca de perpetuar excepciones o alcanzar otras nuevas, chocan con las exigencias colectivas, que exigen un nivel común para todos. Pero estamos creando robinsones en una isla global, singularidades en medio de la uniformidad general hacia la que vamos. Algo imposible y hasta esquizofrénico, como en cierto modo es el mundo actual.
Pedir a los actuales políticos, sean de izquierdas o de derechas, que establezcan este nuevo orden mundial —que vendría a ser una nueva correlación entre derechos y deberes tanto de individuos como de naciones— son ganas de pedir peras al olmo. Los políticos actuales son lo más arcaico que hoy existe, perteneciendo la inmensa mayoría a la era prenuclear y preglobalización, por no hablar de los nacionalistas, que pertenecen a la prehistoria. Y todos ellos, como sus predecesores, no ven más allá de las próximas elecciones. Son, por tanto, incapaces de afrontar los nuevos problemas, el envejecimiento de la población, la deuda del Estado y de los particulares, la demanda creciente de energía, el cambio climático, el terrorismo, el nacionalismo excluyente, que requieren soluciones a largo plazo y afectan a todos en general y a cada uno en particular.
La crisis continúa así, arrastrándose como una inmensa boa dispuesta a tragarse a cuantos creen que esto va a arreglarse sin mayores esfuerzos o por el hundimiento del contrario. ¿Les suena?
 -------------------------------------

COMENTARIO: Muy interesante esta teoría. La izquierda ha perdido sus referentes históricos, que yo suelo resumir en la defensa del proletario y, por extensión, de los más débiles: mujeres, niños, viudas, pobres, gitanos, etc. Quizá porque al llegar al poder han tenido que abrazar el capitalismo y aceptar las normas que este impone, ha renunciado a la defensa de esos grupos más frágiles. Entonces, ¿qué vender al electorado?. La izquierda de ahora ha abrazado otras doctrinas para tapar la carencia de las que ha abandonado. Las nuevas doctrinas que yo he detectado son: el feminismo (el más retrógrado que pueda haber), la ecología y el nacionalismo (al menos en España). Quizá me dejo alguno, pero estos son los que me vienen a la mente ahora.

Lo del feminismo ya lo he argumentado en otras entradas. Lo más sangrante es que el PSOE y los demás partidos de izquierdas hayan tomado partido por exterminar al más débil, cuando de un embarazo conflictivo se trata. Con su recién estrenada ley del Aborto ni siquiera ayudan a la mujer. Sólo la empujan a un acto que lamentará -casi seguro- el resto de su vida. Un botón de muestra: no han hecho ni legislado nada para ayudar a las mujeres gestantes con problemas a llevar adelante su embarazo. Ahí se ve lo que les importa la mujer.

Lo de la ecología es un hueco que la derecha ha descuidado y la izquierda ha hecho bien en abrazar, aunque también se producen excesos innecesarios entre los ecologistas más radicales. Lo del "primo de Rajoy" fue un patinazo que dice mucho de la clase política que ocupa la oposición.

Por fin, el nacionalismo. Al menos en España, el socialismo representado por el PSOE está poniendo buena cara, disculpando y hasta apoyando (con la aprobación del Estatut, por ejemplo) a sus ramas más centrífugas, especialmente al PSC (Partido Socialista de Cataluña). Y todo ello, para tratar de mantener al PSOE en un gobierno central que cada vez tiene menos capacidad de armonizar a las autonomías y de mejorar el estado general de esto que llamamos España. Esa misma ambición de perpetuarse en el poder a toda costa, incluso desgarrando la nación española si fuera necesario, está llevando al propio gobierno PSOE-ZP al descrédito y al asombro de sus propios votantes.

Esperemos que la cordura se imponga en las próximas elecciones y el PSOE pase a la oposición por una temporada, para que purgue sus culpas y busque a un nuevo líder menos mentiroso.

Y hablando de líder: no conocía a Tomás Gómez, pero por lo menos ha demostrado el valor de enfrentarse al mismísimo ZP, a quien ni los más veteranos barones de su partido se han atrevido a contradecir en lo más mínimo. Todos, excepto este Gómez, han sido una pandilla de gallinas soplagaitas y trepadoras que quieren segluir en sus puestos inmerecidos alabando las insensateces del líder, como en el cuento aquél del rey al que todos le halagaban lo hermoso de su traje... que no existía porque le habían embaucado. Sólo un niño, en posesión de la inocencia, se atrevió a reconocer que el rey estaba en paños menores. Pues bien, así nos pasa con Zapatero y sus adláteres, todos una pandilla de lameculos incapaces de ponerle en la realidad. Han tenido que ser algunos líderes extranjeros los que han hecho aterrizar a nuestro presidente de la nube en la que flotaba. ¿Para eso paga Moncloa a más de 600 asesores?.

Espero que Tomás Gómez barra en las primarias que se van a celebrar y en las que se enfrenta a Trinidad Jiménez, una mujer de la que no tengo constancia de éxitos, y cuyo principal activo parece ser que siempre está sonriendo... muy zapateril el gesto, por cierto. (A Trinidad Jiménez hay que atribuirle la compra EN EXCESO de SEIS MILLONES de vacunas de la gripe porcina, pagadas con el dinero de todos, que ahora hay que destruir. Muy buena gestora, sí señor).

Y, para desgracia de los más indefensos, temo que este Tomás Gómez llegará lejos en el PSOE. Ojalá no sea tan proabortista como Zapatero...

No hay comentarios: